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18 jun 2010

Perfil de los sevillanos y las Recetas


Autor Rafael Duque Naranjo


Los sevillanos tienen el acento y el dejo en la voz de los antioqueños del siglo XIX y una fe absoluta en la tierra y en la propiedad. He aquí algunas máximas inobjetables de su cultura: “Tener casa no es riqueza, pero no tenerla si es pobreza”; “La tierra no se rueda ni se la roban”. “Hay que comer para vivir, pero no vivir para comer”. “Pedir perdón no es cobardía”. “Ayuda a tu amigo a levantar la carga pero no se la lleves”. “No castigues enojado”. “Quien consigue lo innecesario carecerá de lo necesario”. “La ruina de una casa entra por la despensa”. “La pereza camina tan rápido que alcanza a la pobreza”. “No te preocupes por lo que hacen tus vecinos”.


El sevillano se conoce en el “hablao” y es aficionado al juego y a la apuesta, “al dudoso rodar de los marfiles” (dados) y al “disgusto de las aves” (riñas de gallos), certámenes a los que los abuelos fueron adictos. Son hospitalarios, trasunto de las costumbres paisas, cuando acogían al visitante con la taza de mazamorra con panela y un plátano asado diciéndole: “Donde comen cuatro, comen cinco”. Aman su terruño y su pasado con pasión y con hondo sentimiento.


En su fecha aniversaria del 3 de Mayo y en sus celebraciones “echan la casa por la ventana”, salen a "chicanear" y hablar de los amigos y los viejos amores, para mostrar a propios y visitantes, que éste acontecimiento no fue un acto nimio sino una proeza de la creación.


Si se hiciera un estudio genealógico de buena parte de sus habitantes, caeríamos en la Antioquia Grande. Algunos sevillanos de los años treintas y cuarentas del Siglo XX cuando nuestra mamá nos llamaba estábamos obligados a responder: “Ya voy Señora”. “Si Señora”. “No Señora”.”Bueno Señora”. Además en las visitas de los mayores estaba prohibido rotundamente “meter la cucharada” y los niños teníamos que permanecer en silencio o salir corriendo a jugar.


En la sala de la casa siempre había un cuadro del Corazón de Jesús y los muebles eran taponados o sea barnizados con una mezcla de laca y alcohol. Al lado de la cama de los mayores se encontraba el nochero con mentolato, velas, fósforos, una novena de Maria Auxiliadora y en el piso las babuchas y una mica o bacinilla. Por la mañana algunos nos levantábamos a juntar candela y desenterrábamos los tizones cubiertos de ceniza y bastaba poner a soplar la china, agregar más carbón vegetal, y ya todo estaba listo para calentar el agua para el tinto.


Las casas tenían solar y allí se encontraban las gallinas que eran alimentadas con maíz y los pollitos con salvao, un afrecho que era subproducto del maíz trillado que se utilizaba para la mazamorra. Para ocasiones especiales se mataba la gallina más gorda y nunca las saraviadas que eran muy buenas ponenderas.


Las Recetas

Un sinnúmero de recetas caseras tradicionales suplía la falta de medicamentos. Los cólicos se curaban tomando bebidas de manzanilla o de paico o verdolaga si el cólico era producido por las lombrices. Cuando uno tenía descompostura o dislocación de huesos lo hacían sobar de un experto como Gregorio Gómez o Néstor Naranjo que eran muy buenos. Los “tulundrones” desaparecían colocándoles encima cataplasmas de sal. Las “Viarazas” se calmaban bañando la persona con abundante agua fría. Los médicos recetaban Mejoral, Urol, Ca birol, OK Gómez Plata, Calomel, Yodo, Dioxogen, Quinina y Quenopodio.


Humberto Jaramillo, en el libro sobre su familia, señala que la Tintura de Árnica en paños y tomas era la panacea para los golpes. Ungüento “Guardia”, pomada negra para sanar heridas y sacar espinas en cuya extracción no era posible utilizar la navaja. Ungüento de Altea que nunca supimos para que servia. El Ruibarbo, cuya tintura en leche caliente hacia proliferar los glóbulos rojos. La Belladona se utilizaba para el dolor de la úlcera gástrica. También fueron famosas las aguas de Toronjil, Yerbabuena, Tilo, Tomillo, Mejorana, Poleo y Cidrón.