Autor Rafael Duque Naranjo.
Todo dirigente que esté al lado de los pobres está condenado a morir por mandato de la extrema derecha de todos los tiempos. A Jesucristo “acordaron matarlo después de la fiesta de pascua para que no hubiera alboroto en el pueblo”. Sin embargo, él resolvió entrar a Jerusalén montado en un asno y la multitud, que era muy numerosa, “tendía sus mantos en el camino y otros cortaban ramas de los árboles para ofrendarle. Entró al templo y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas”; y les dijo:
“Escrito está. Mi casa es de oración y ustedes la han convertido en cueva de ladrones”.
Al oír esto los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo matarle porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado de su doctrina. El maestro Jesús en su condición de hombre es uno de los grandes revolucionarios de la humanidad.
“Yo no he venido a la tierra para traer la paz sino la espada”, advierte a sus seguidores y les señala que “tienen que ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas”. Además, cuando el joven rico salió confundido de la charla con Jesús, éste les dijo a sus discípulos:
“De cierto os digo que difícilmente entrará un rico al reino de los cielos. Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios”.
“….. Y descendió con sus discípulos y se detuvo en un lugar llano y le dijo a una multitud de Judea, Tiro y Sidón que había venido a oírle”:
“Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloran porque reiréis. Mas, Ay de vosotros, ricos, los que ahora estáis saciados porque tendréis hambre”.
Desafortunadamente los compiladores religiosos de las diferentes biblias mutilaron los textos de Jesús de Nazaret relacionados con su vida personal como esposo y padre de familia y sólo se preocuparon de darle un carácter público divino sin ninguna conexión con la realidad de hombre común y corriente en lo privado. Por supuesto, nada de ese Jesús humano, esposo y padre, y lo femenino, puede rastrearse en los evangelios oficiales de Mateo, Lucas, Marcos y Juan. Si bien ese lamentable hecho continúa hasta hoy en día, lo cierto es que una fecha puede rastrearse como punto de reflexión al respecto: El año 325 de nuestra era, en que se celebra el Concilio de Nicea, el primer concilio ecuménico de la Iglesia Católica convocado por el emperador Constantino con la anuencia del Papa Silvestre I.
El Concilio de Nicea aprobó la oración llamada “El Credo” que convirtió a Jesús de simple mortal en hijo de Dios. Claro está, al establecer la divinidad de Cristo se unificó el imperio romano de Constantino y se estableció la base de poder del Vaticano que aún conserva.
“El Credo”, reza en sus principales apartes: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la Tierra y en su único hijo Jesucristo, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo…… Descendió a los infiernos y al tercer día resucitó entre los muertos y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. Esta oración lleva 1686 años y a mí me la enseñó la señorita María Isaza, obviamente, con el visto bueno de Inés Naranjo que se la sabia enterita y de memoria.
Prácticamente todos los sistemas religiosos de la antigüedad desde Egipto, India y China; desarrollaron el sexo sacramental, tradición que hoy día pervive, por ejemplo en el denominado sexo tántrico. Jesús y María Magdalena encarnan los arquetipos de los sagrados esposos, tales como Shiva y Shakty en la cultura hindú, o la pareja sumeria de Inana y su amante Dumuzi.
José de Arimatea y algunos discípulos de Jesús, sacaron de la ciudad sigilosamente a su esposa María Magdalena, que a la sazón estaba embarazada y la llevaron a Alejandría para luego trasladarla al sur de Francia, Galia en ese momento. María Magdalena llevó de esa manera la sangre real (Santo Grial) a la costa de Gaules, llegando en barco y huyendo de Palestina. Allí tuvo una hija, Sarah, que fue criada en Francia.
Y fue Sarah la que continuó el linaje de Jesús y dio origen a los Merovingios, primeros reyes francos que datan de la Edad Media. Los Merovingios fueron envueltos por la historia en un hálito de misterio y leyenda, de magia y fenómenos sobrenaturales; a menudo, se les llamaba “reyes brujos”. Muchas crónicas de la época se refieren a ellos como capaces de curar mediante la imposición de manos y la única respuesta plausible es que heredaron esa capacidad de su lejano antecesor, el mismo Jesucristo.