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23 ago 2017

La paz escondida en Colombia

Autor Rafael Duque Naranjo
Cel. 315 653 62 89
Año de Partida: 1945
El 19 de julio de 1945 renunció el presidente liberal Alfonso López Pumarejo y el Congreso escogió para sucederlo por el resto del mandato al político del mismo partido, Alberto Lleras Camargo; quien el 7 de agosto de 1946 le entregó el poder al conservador antioqueño Mariano Ospina Pérez, conforme los resultados de las elecciones presidenciales del 5 de mayo de 1945 que arrojaron las siguientes cifras:     Partido Conservador, Mariano Ospina Pérez: 565.000 Votos. Partido Liberal, Gabriel Turbay: 441.290 Votos. Partido Liberal (Disidencia)    Jorge Eliécer Gaitán: 359.045  Votos.

Desde 1946, instigados por Laureano Gómez y protegidos por el presidente Mariano Ospina Pérez, algunos militantes conservadores habían comenzado a aplicar la violencia sistemática contra los campesinos liberales. Las masacres se sucedían sin cesar, cada día con mayor saña y crueldad.

No faltó tampoco, en este concierto de oscurantismo conservador, la voz de la jerarquía católica representada por el obispo de Santa Rosa de Osos, Miguel Ángel Builes, quién prohibió a los trabajadores, bajo pena de excomunión, afiliarse a “Fedeta”, filial en Antioquia de la CTC. Este prelado sostenía que el liberalismo, la masonería y el comunismo, eran “engendros del demonio” y adherir a ellos era “pecado mortal” y “condena eterna”.

Durante la llamada Marcha del Silencio, una multitudinaria y callada manifestación realizada en Bogotá el 7 de febrero de 1948, dijo Gaitán: "Señor Presidente: Pedimos que termine esta persecución de las autoridades. Ponga fin, señor Presidente, a la violencia. Todo lo que le pedimos es la garantía de la vida humana, que es lo menos que una nación puede pedir”. No hubo respuesta del gobierno. Las masacres continuaron.

El 9 de abril de 1948, a la una y cuarto de la tarde, al salir de su oficina, Jorge Eliécer Gaitán fue herido de muerte por Juan Roa Sierra, un oscuro asesino que le disparó tres balazos casi a quemarropa. Trasladado de urgencia a la Clínica Central, el jefe liberal murió a las dos de la tarde.

Por esa época se encontraban en Bogotá todos los cancilleres de los países americanos celebrando la IX Conferencia Panamericana cuyo resultado fue la creación de la OEA (Organización de Estados Americanos) de la cual fue primer secretario el expresidente colombiano Alberto Lleras Camargo.

Una muchedumbre enfurecida, (ver foto tomada en la carrera séptima), descuartizó al asesino de Gaitán. Se sitiaron los ministerios y la sede de gobierno, fue un día de furia colectiva. Ante el asesinato de su líder, el pueblo se desbordó. Fue un día de incendios, saqueos, machetes y cuchillos. La cólera popular fue incontrolable.

Los principales jefes del liberalismo fueron al palacio presidencial para pedirle la renuncia al presidente Ospina Pérez. Ospina les respondió que “para la democracia colombiana valía más un presidente muerto que un presidente fugitivo”.

Ospina buscó una salida política que él denominó de “unión nacional” y los jefes liberales abandonaron el deseo del pueblo liberal y se transaron con dos ministerios. El de gobierno para Darío Echandía y el de Relaciones Exteriores para Eduardo Zuleta Ángel. El Batallón Guardia Presidencial defendió el palacio al mando del mayor Iván Berrio Jaramillo y para la “pacificación” del país reclutaron tropas en la vereda ultraconservadora de Chulavita del municipio de Boavita (Boyacá). De allí que el nombre de “chulavita” fue sinónimo en Colombia de “policía asesino” y  en el Cementerio Central de Bogotá se acumulaban los muertos, primero en hileras, luego en montones compactos, en espera de la fosa común. Y la muerte del pueblo fue como siempre ha sido: como si no muriera nadie, nada, como si fueran piedras las que caen sobre la tierra.

A pesar de su cólera, el pueblo respetó dos símbolos de la historia nacional. En medio de los escombros de la Carrera Séptima quedaron en pie la histórica Casa del Florero, cuna de la independencia, y la Catedral Primada del país.

Laureano Gómez comenzó en esa época la llamada “acción intrépida” que se inició en el propio recinto de la Cámara de Representantes, el 9 de octubre de 1949, cuando en pleno debate, el parlamentario conservador Amadeo Rodríguez desenfundó su arma de fuego y asesinó a los representantes liberales Gustavo Jiménez y Jorge Soto del Corral.

Igualmente a finales de ese mismo año de 1949, tropas del ejército en Cali realizaron la masacre y el incendio de la Casa Liberal cuando el General Gustavo Rojas Pinilla era Comandante de la Tercera Brigada.

También en Ceylán y San Rafael en el Valle del Cauca, Belalcázar en el Cauca, El Playón en Santander y Arauca en Caldas, ocurrieron verdaderos genocidios que los que escriben la historia de Colombia parecen olvidar.

“La Violencia”
“La Violencia” es el tema que no dejan de estudiar los analistas del problema social de los colombianos, aunque cualquier explicación sigue rebasando la situación, el drama de la violencia de mediados del Siglo XX, de finales del mismo siglo y de comienzos del presente Siglo XXI, es de tal naturaleza, que el historiador inglés E. J. Hobsbawn sostenía en 1967 que “La violencia colombiana ha sido la mayor movilización armada de campesinos (ya sean guerrilleros, bandoleros o grupos de autodefensas) en la historia reciente del hemisferio occidental”.

El estado de conflicto casi permanente del país nos ha servido “para abrir los ojos”. “El sufrimiento, nos dice Cioran, abre los ojos, ayuda a mirar las cosas que de otra manera no hubiésemos percibido. Entonces, sólo es útil al conocimiento y, fuera de ahí, no sirve más que para envenenar la existencia”.
La violencia política partidista colombiana que tuvo lugar entre 1948 y 1965 fue, para la élite dominante, un estigma que ha pretendido por todos los medios borrar.

Al margen de cuáles fueron las causas, las víctimas siguen ahí porque aún no han sido reivindicadas sus muertes. La violencia fue un medio de presión para el enriquecimiento personal, práctica que se extendió por todo el país, en especial en la región cafetera de los años 50 y 60, en y desde la propia Sevilla en el Norte del Valle del Cauca. El conflicto, claro está, poco afectó al gran capital económico y no disminuyó los beneficios de los gamonales en los campos y de las élites ausentistas en las ciudades.

La distribución cronológica de los muertos por la violencia en Colombia, según estudio elaborado por el profesor Medófilo Medina; en 1947 fue de 13.968 muertos. En 1948 de 43.557 muertos. En 1949 de 18.519 muertos., y en 1950 alcanzó la horripilante cifra de 50.253 muertos.

Entre 1945 y 1953, la industria creció a la tasa record anual del 9.2% y la agricultura vio aumentar el volumen de producción en un 77% para 1948 y en un 113.8% para 1949. Como lo dijo alguna vez el presidente de la ANDI, Fabio Echeverri Correa: “En Colombia, a la economía le va bien, pero al país le va mal”.

De niños en Sevilla Valle nos tocó ver pasar por el puente de “El Popal”, procedentes de la matanza de Ceylán, las volquetas del municipio llevando cadáveres envueltos en sábanas blancas y mujeres sollozantes llegar sin ruta a la plaza de “La Concordia”. Ya adolescentes, leímos “Viento Seco” de Daniel Caicedo y aprendimos a entender primero en la realidad y después en la literatura la crueldad intensa de la violencia que nos tocó mirar. También García Márquez leyó “Viento Seco” en 1959 y dijo que esta obra no es sino “el exhaustivo inventario de los decapitados, los castrados, las mujeres violadas, los sesos esparcidos, las tripas sacadas y la descripción minuciosa de la crueldad con que se cometieron esos crímenes”.

13 de Junio de 1953
Eventualmente Laureano reasumió el poder ante el colapso del orden público y el temor de un golpe militar, que efectivamente se ejecutó el 13 de Junio de 1953 cuando el General Gustavo Rojas Pinilla asumió la presidencia de la república con el beneplácito de amplios sectores del país.

Rojas Pinilla propuso conceder la amnistía a los combatientes guerrilleros, la reconstrucción económica de las zonas afectadas por la violencia y la creación de un gobierno cívico-militar. Pero Rojas declaró fuera de la ley a los comunistas y mantuvo a distancia a los liberales, excluyendo del Gabinete a los “laureanistas”.

Rojas estableció un impuesto sobre los ingresos y sobre el patrimonio golpeando a los sectores más ricos de la sociedad; fundó el Banco Cafetero, capitalizó la Caja Agraria y estableció el Instituto de Fomento Tabacalero. Impulsó las vías de comunicación, en particular el ferrocarril del Atlántico, la construcción del aeropuerto internacional de El Dorado en Bogotá, el de Barrancabermeja y otros cuarenta aeródromos en todo el país. En 1954 creó el Banco Popular y el Instituto Nacional de Abastecimiento (INA). En 1954, al cumplirse el primer aniversario del gobierno militar, se inauguró la Televisora Nacional.
10 de mayo de 1957
Durante su exilio en la España franquista, Laureano Gómez siguió liderando a los conservadores bajo las banderas del movimiento político denominado “Batallón Suicida” y sus seguidores, entre los cuales figuraba Belisario Betancourt, iniciaron una oposición cerrada contra el gobierno de Rojas Pinilla que se fue configurando como una dictadura militar.

De otra parte, la situación se fue tornando difícil para el liberalismo y por ende para la prensa liberal cuando en el Valle del Cauca fueron asesinados los propietarios del periódico “El Diario” de Pereira.

Se estableció la censura oficial y fue clausurado “El Tiempo” de Bogotá en agosto de 1955, volvería a aparecer no como “El Tiempo” sino como “Intermedio”, el 21 de febrero de 1956.

El Ministerio de Hacienda continuó revisando la contabilidad de la prensa liberal y “El Espectador” fue sancionado con una  multa de $600.000.oo de la época. “El Espectador” dejó de publicarse y apareció en su reemplazo “El Independiente” bajo la dirección de Alberto Lleras Camargo, líder del liberalismo colombiano, periodista, ex secretario de la OEA, antiguo y futuro presidente de la nación, quien inició desde éste diario una lucha frontal contra Rojas Pinilla e hizo coalición con Laureano Gómez para formar un frente civil opositor al gobierno de Rojas mediante el llamado Pacto de Benidorm firmado en 1956.

Fue Alberto Lleras con la prensa liberal, el visto bueno de los grandes empresarios, los estudiantes, una huelga de empleados bancarios y la gente del común, la que produjo el final del régimen dictatorial de Rojas Pinilla el 10 de Mayo de 1957.

Aquel día, en Sevilla, los estudiantes del Colegio General Santander, se tomaron la Plaza de “La Concordia” dirigidos por quien escribe ésta historia: Rafael Duque Naranjo, quien aparece en la foto en pleno discurso frente a la alcaldía municipal cuando el alcalde era el Capitán del Ejército Efraín Horacio Vallejo Ardila. Durante el clamor popular y el regocijo de los sevillanos por la caída de Rojas, también tomó la palabra el malogrado dirigente Hugo Toro Echeverri, quien fuera asesinado posteriormente.

A nivel nacional, Alberto Lleras y Laureano Gómez, firmaron la llamada “Declaración de Sitges” para convocar el Plebiscito de 1959 que dio origen al Frente Nacional, una alianza de conservadores y liberales para alternarse en el poder durante los siguientes 16 años.

Paramilitarismo y Falsos Positivos
Álvaro Uribe Vélez, quien había sido nombrado Profesor de la Universidad de Georgetown en Washington pocos días después de terminar su gestión presidencial en Colombia, perdió su cargo de docente en dicha universidad, gracias a sus vínculos con el Paramilitarismo y los Falsos Positivos. En efecto, el Padre Javier Giraldo, sacerdote jesuita y docente de la Universidad Javeriana de Bogotá, envió el lunes 6 de septiembre de 2010 al Padre Jhon Dear, jesuita norteamericano de la Universidad de Georgetown  la siguiente carta.

Estimado y recordado John.
Recibe un fraterno y cariñoso saludo.
Te escribo muy preocupado por el hecho de que en nuestra universidad jesuita de Georgetown hayan vinculado como docente al Presidente saliente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez.  No ceso de recibir mensajes de personas y de grupos que sufrieron enormemente durante su gobierno, que reclaman y cuestionan la actitud de nuestra Compañía o su falta de discernimiento ético al tomar este tipo de decisiones.

Es posible que las directivas de Georgetown hayan recibido conceptos positivos de colombianos de altas posiciones económicas, pero es difícil que ignoren al menos las profundas controversias  éticas que levantó su gobierno y los cuestionamientos y sanciones que recibió de muchos organismos internacionales que tratan de proteger la dignidad humana. El solo hecho de que durante su carrera política desde que era Gobernador del Departamento de Antioquia 1995-1997, hubiera fundado y protegido tantos grupos paramilitares llamados eufemísticamente CONVIVIR, que asesinaron y desaparecieron a millares de personas y desplazaron multitudes, ya implica una exigencia de censura ética para encomendarle cualquier responsabilidad en el futuro. Pero no solo continuó patrocinando esos grupos paramilitares sino que los mantuvo y los complementó con un nuevo modelo de paramilitarismo legalizado,  como son las redes de informantes, las redes de cooperantes y el nuevo tipo de empresas de seguridad privada que involucran a varios millones de civiles en actividades militares relacionadas con el conflicto armado interno, mientras le mentía a la comunidad internacional con una falsa desactivación de los paramilitares.

 Además, fue escandalosa durante su gobierno la práctica de los FALSOS POSITIVOS consistente en asesinar civiles, principalmente campesinos, y después de muertos vestirlos de combatientes para justificar su muerte. Con ello pretendía mostrar victorias militares falsas sobre los rebeldes y eliminar a los activistas de los movimientos sociales que buscan justicia.

Fue escandalosa la compra de conciencias para manipular la justicia, lo que terminó destruyendo en niveles muy profundos, la conciencia moral del país.  La corrupción de sus hijos, para enriquecerse a costa de las ventajas del poder, escandalizó en su momento a toda la nación. También utilizó el organismo de seguridad DAS para espiar mediante controles telefónicos clandestinos a las Cortes de Justicia, a los políticos de la oposición y a los movimientos sociales y de derechos humanos.

El manejo que hizo de coordinación entre el Ejército y los grupos paramilitares llevó a que durante su período se produjeran 14.000 Ejecuciones  Extrajudiciales.

La decisión de los jesuitas de Georgetown de ofrecerle una catedra a Álvaro Uribe Vélez, no solo ofende profundamente a los colombianos que aún conservan principios éticos sino que pone en alto riesgo la formación ética de los jóvenes que acuden a nuestra universidad en Washington.


Te escribo estas líneas porque estoy seguro que tu compartes nuestras preocupaciones y quizás podrás hacerlas llegar a los jesuitas de Georgetown y a otros círculos de opinión en tu entorno de simpatizantes por la justicia. Recibe un fuerte abrazo. Javier Giraldo Moreno, S.J.